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Detrás de todos: Lo que aprendí de mi primer maratón

Maureen Shelly Por Maureen Shelly

Yo era parte del equipo de carreras de campo traviesa en la escuela secundaria. Si se están imaginando una atleta con el pelo atado, déjenme aclarar el panorama. Mi yo adolescente adora leer y comer golosinas. En las comedias tontas que miro, los personajes son atléticos, inteligentes, populares o rebeldes. En un momento de tanta incertidumbre, fue un alivio para mí tomar el papel de la estudiosa y tirar por la borda la posibilidad de convertirme en algo más.

Hasta que una amiga intenta rescatarme de mi ignorancia. Karen, alta y ligera, una corredora estrella a campo traviesa, me convence de hacerle compañía mientras entrena durante la semana. Nos turnamos para llevar a nuestros hijos a la escuela a las 6 a. m., y luego respiro con dificultad durante todo el tramo de 3.5 millas. Me cuesta mucho y no veo el progreso. Después de más de un mes, nuestro entrenador me sugiere que cambie de deporte.

Aún hoy, después de 25 años, sigo corriendo... pero lento, de manera informal y siempre sola.

Alrededor de los 40, comienzo a dudar de mis preconceptos. ¿Podría llegar más lejos si realmente quisiera? Me gusta correr sola, pero entiendo que, en mi cabeza, estoy dando vueltas en círculos. Me pregunto si debería buscar el consejo de un instructor de salud o de un grupo de corredores con la misma mentalidad. ¿Qué pasaría?

Luego, viene un período de prueba y error. Consulto a distintos entrenadores personales con programas que me dejan tan dolorida que no puedo ejercitarme por una semana. Corro con grupos rápidos que me dejan atrás sin dudarlo. Me lleva un tiempo encontrar un club de corredores en el que me sienta cómoda. Su fundador, Jeff Galloway, es maratonista olímpico, pero nunca obtuvo una medalla. Él habla con pasión sobre los beneficios intangibles de correr.

En su grupo solo hay gente común, pero para mí son todos extraordinarios. Hay hombres y mujeres de más de 70 años, personas sedentarias en recuperación y que pudieron perder más de 100 libras, personas con enfermedades crónicas, pacientes en tratamiento contra el cáncer, exatletas hechos a un lado por lesiones graves. Me encuentro con exigentes profesionales (científicos de investigación, jueces), que luchan por encontrar el equilibrio entre el trabajo y su vida personal.

Y también está el grupo de bichos raros que quieren divertirse mientras corren, a un ritmo que les permita hablar y disfrutar el paisaje. Cuando corren una carrera, van detrás de todos y quizás hasta crucen la línea de llegada después de que el evento está oficialmente terminado. Bromean en voz alta y se van juntos a comer algo después de correr los sábados por la mañana. Me encanta cuando me invitan.

Cada semana, aprendo lo que significan realmente esos clichés, como “debes escuchar al cuerpo”. Algunos miembros del equipo hablan de comer cinco huevos antes de cada entrenamiento. Otros se niegan rotundamente a comer antes porque les sienta mal. Aprendí que debo llevar mucha agua y sales efervescentes porque sudo demasiado. Me pongo varias capas de ropa, porque siempre tengo frío al principio y después me empiezo a acalorar. Nos reímos de nuestras peculiaridades porque ya nos conocemos.

Corro 6 millas por primera vez. Luego, 9 y más adelante, 11. He logrado mi meta y algunas otras más. Las carreras a veces son difíciles, pero me doy cuenta de que hay otros factores, además de la distancia, que me afectan: la temperatura y la humedad, correr en el asfalto o en un camino de tierra, y hasta mi estado de ánimo ese día. Creo que no lo dejo, principalmente, porque me gusta ver a mis amigos, los bichos raros, todos los fines de semana.

Se van a inscribir en un maratón para el año que viene y me quieren convencer de que corra con ellos. Y yo necesito un nuevo desafío, así que pienso: “¿por qué no?”. Ahora entiendo que la expresión “superar los límites” no se trata de entrenar hasta el agotamiento. Se trata de tomar aliento y crecer. Esas 26.2 millas parecen más fáciles que las 6 primeras millas cuando comencé.

Los tramos largos durante el entrenamiento pueden durar hasta cinco horas. El grupo combate el aburrimiento con conversaciones épicas. Hablamos de las citas y las relaciones, de política, de películas y series, de cambios laborales, de los hijos y de nuestros padres, que ya están grandes, y de problemas de salud. Hablamos sobre panqueques y tocino, cerveza y hamburguesas, helado y donas. Me recuerda a mi antiguo club de lectura, donde la lectura asignada era la puerta de entrada para muchos otros temas.

Con el tiempo, el maratón se empieza a asomar por el horizonte. Me preocupa no haberme tomado el entrenamiento lo suficientemente en serio. Ahora estoy más tiempo corriendo con el grupo que haciendo cualquier otra cosa. A medida que las semanas se escurren, comienzo a extrañar todo lo que dejé de lado para entrenar: mirar televisión, dormir hasta tarde, ir al bar con amigos, leer, salir de compras, cocinar y no tener ningún correo electrónico en mi casilla sin leer.

Faltan dos semanas para el maratón, ya estoy estresada. La mayor distancia que he corrido son 20 millas, y no me quedó resto. ¿Podré correr seis más? Mi familia y mis amigos van a venir a alentarme. Me siento presionada; quizás debería correr más rápido, o intentar salir bien en las fotos. ¿Debería ir a la peluquería y maquillarme? (¿Me estoy volviendo loca?).

Mi amigo Ken, uno de los que siempre va en los últimos lugares conmigo, me ofrece correr a mi lado todo el trayecto, aunque sabemos que él corre más rápido y ya corrió otras maratones antes. Dice que nuestro objetivo es pasarla bien. Michelle, otra integrante del grupo, corre su primer maratón dos semanas antes que yo. Después de esa experiencia, me mira a los ojos y me dice muy convencida que tengo lo que se necesita para terminarlo: “Eres muy obstinada”.

Una mañana, temprano antes de ir a trabajar, mientras corro sola en el parque cerca de casa, un maratonista profesional baja la marcha para preguntarme cómo me siento para la carrera. Los corredores que siempre van a la cabeza apoyan mucho a los que quedamos últimos. Para ellos es muy importante entrenar para lograr terminar 26 millas en poco más de dos horas, y afirman que nunca podrían correr durante siete horas seguidas, como nosotros. El maratonista me sonríe cálidamente para darme aliento y se aleja corriendo a toda velocidad.

Maureen y Ken se detienen para hidratarse durante el maratón.

Maureen terminó su primer maratón en seis horas y media. El año que viene, espera terminarla en menos de seis horas. Nunca creyó posible llegar a correr esas distancias. Ahora, su ambición en cuanto a la salud es seguir poniendo a prueba sus límites.

Sobre la autora

Maureen Shelly es una aficionada a la salud y la ciencia que vive en la ciudad de Nueva York.

 

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